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martes, 1 de febrero de 2011

PRIMER LUGAR "CONCURSO DE CUENTO HISTÓRICO" DE LA UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA


El Grito de los Silenciados DE GERARDO SALDAÑA

Veracruz, hermoso lugar sin duda alguna, lleno de bosques exóticos que dejan anonadados hasta a los más veteranos exploradores que los vean, con ríos por doquier, ríos caudalosos que pasan por las bellas ciudades de Río Blanco, Santa Rosa y Orizaba. Éstas ciudades, dentro de su hermosura, esconden una turbia y oscura historia, pero esa historia no se cuenta en público, sólo se cuenta entre susurros, en las sombras, se cuenta en las miradas de los viejos que la vivieron pero nadie que valore su vida se atreve a contarla en público, porque nada de lo que sucede en esta historia “sucedió”, nada de ésta historia se publicó en los diarios del país, ninguno de los muertos de la masacre de Río Blanco pasó a engrosar la lista de defunciones del Estado, pero todos ellos son recordados en el silencio, un silencio que lucha por gritar a los cuatro vientos las injusticias cometidas contra la clase de los reprimidos, de los olvidados, la clase de los obreros mexicanos del Porfiriato. Ésta es su historia.

Es el año de 1906, José Neira Gómez llega a la ciudad de Orizaba, admira la siempre colorida y entrañable sierra veracruzana mientras está en el andén de descarga de Ferrocarriles de México, voltea al lado contrario e inmediatamente comprende el por qué del orgullo de los empresarios al hablar de “nuestros complejos industriales”; simplemente la fábrica de Santa Gertrudis, la cual se encontraba a lo lejos y aún así se veía tan cerca, ocupaba más espacio que un pequeño pueblo, eso sin contar los terrenos adyacentes, generalmente cultivos de algodón de un blanco que deslumbraba los ojos como si de un espejo al sol se tratara.
Sin embargo, la mezcla entre los humos exhalados por aquellos monstruos industriales, con el aire fresco proveniente de la sierra daba una extraña sensación de encierro que a Neira le resultó un tanto nostálgica. Tomó el tranvía que se dirigía a los pueblos de Huiloapan, Nogales y Río Blanco, éste último poblado era su objetivo.
José siempre fue un buen empleado, excelente obrero textil, pero su habilidad nunca le dio más recompensa que a cualquier otro trabajador mexicano, siempre cubriendo su jornada de 14 horas para recibir un mísero pago de 75 centavos diarios, el cual se iba en la renta de su cuchitril, al que la empresa llamaba “hogar”, el dinero que restaba terminaba en la tienda de raya, “¡Maldita tienda que nos roba lo poco que nos queda!” escucharía decir José a muchos obreros durante su estancia en el pueblo. José, a pesar de tantos abusos en contra suya y de sus amigos, siempre fue un hombre de interés y servicio social, y ésta conciencia de la realidad que se vivía se vio reflejado en su afiliación al Partido Liberal Mexicano, el partido de las promesas, de las ideas, del cambio, pero siempre silenciado por el poder invencible del gobierno del presidente Díaz.
José se ofreció para ser enviado a Río Blanco para dar informes al Partido acerca del trato que se le daba a los obreros en ésa región de la República, y ésta información la obtendría brindando sus servicios a la Fábrica de Hilados y Tejidos de Río Blanco, la cual estaba a cargo de un inglés de mirada penetrante que vigilaba con ojo de halcón a los 2 300 obreros que trabajaban en su fábrica, su propósito era difundir propaganda política entre los obreros, para comenzar a sembrar la semilla de la rebelión, crear organizaciones clandestinas que rivalizaran con las poderosas empresas que esclavizaban al mexicano pero apoyaban al extranjero, “¿Buen gobierno?, ¡Ja ja!”, así se reían los obreros al escuchar los discursos de los políticos acerca del famoso pero inalcanzable progreso.
Con éste panorama y con éstos propósitos llegó José a laborar, dispuesto a trabajar honorablemente por el día y por la noche conspirar contra su patrón extranjero; así comenzó a cultivarse la semilla de la lucha por la libertad a Río Blanco, por supuesto que nadie sabía de su afiliación liberal y mucho menos de sus ideologías magonistas, por eso fue que Míster Hartington, al ver su informe de actividades anteriores, aceptó gustosamente al que creía sería un obrero que diera grandes dividendos a la empresa pero sería la perdición de ésta.


Llega a su casa, con razón se habla tanto de las condiciones de vida de lo obreros; cuatro paredes de adobe con un techo que amenaza con caerse con la más mínima lluvia, ve hacinados a más de 15 obreros en 7.5 metros cuadrados. “¿Pagamos renta por esta casa de cerdos?” – Se preguntó innumerables veces José al ver su casa – “El Partido tiene tanta razón acerca del capitalismo y su monstruo manufacturero que engendra más esclavos y marginados que prosperidad.”
José despierta, no ha salido el sol, acude a su primer día de trabajo y en el camino alguien se le acerca y lo saluda: -¡Buen día, señor Neira!- dice un hombre que al parecer también acude al mismo lugar. –Buen día señor, ¿Lo conozco acaso?- Obviamente ésta era una cara nueva para José, pero entre ciertos círculos obreros simpatizantes e incluso militantes del PLM ya se tenía la información de que un obrero de nombre José Neira sería enviado por los altos mandos del Partido llegaría a laborar aquél día, - Mi nombre es Porfirio Meneses, servidor – No estaba nada mal que hubiera un compañero tan simpático en aquél pueblo de fábricas que parecía más un feudo de esclavos, pobreza y telas finas en lugar de un ícono de progreso y desarrollo. Juntos acudieron a la fábrica de tejidos y comenzaron a trabajar, José en la sección de Telares, mientras Porfirio se dedicaba a teñir de diferentes colores el amplio inventario textil de la fábrica, aquél primer día no le dio una buena impresión, y es que sucedió la desgracia de una niña inocente que murió entre los telares industriales, una pobre criatura de no más de 11 años que no volvería a casa con sus padres, ése era el precio de la prosperidad y de “las mejores telas de la zona centro del País”, telas teñidas no sólo con Rojo 22 y Amarillo 45, sino con la sangre de obreros que morían entre máquinas inmisericordes que funcionaban sin inmutarse ante las más horrendas desgracias.
Su turno de más de trece horas ha terminado y José desea dormir más que nada en la vida, llega a su colchón viejo, se acuesta y se duerme, sueña con otro mundo, un mundo donde los trabajadores fueran respetados, fueran dueños de sus propias vidas y donde sus muertes no quedaran impunes, y sólo por una noche en ése pueblo, José durmió feliz.
Pasa el tiempo, los días ya no son tan abrumadoramente calientes, las estaciones están cambiando, pero su vida sigue igual; obreros mueren y obreros llegan, aún así la suerte ha sido benévola con él y sus amigos y es que ellos todavía se levantan todos los días, Porfirio y él han recibido órdenes del Partido: propagar la ideología liberal. Pero la empresa es muy dura en el control de obreros y en la detección de propagandas; , aún así decide comenzar una campaña entre las sombras para formar una organización obrera junto con sus amigos y simpatizantes, no solamente platican y discuten acerca de los problemas que aquejan al pueblo, sino que comienzan a organizarse para protegerse, iniciándose así el primer sindicato clandestino de Río Blanco, lo decidieron llamar “Círculo de Obreros”. Los obreros comienzan a enterarse e inmediatamente pasan a engrosar las filas del sindicato, todos ellos han encontrado una manera de llenar, no sus estómagos, pero sus corazones de algo más que la angustia y tensión del trabajo en las fábricas, siempre se reúnen en pequeños grupos, ha iniciado la organización de la defensa de los derechos laborales y humanos, el movimiento obrero ha nacido.

Adolfo Rosal ha llegado de Córdoba, hombre de baja estatura, moreno, algo entrado en años pero de apariencia inofensiva, hombre sociable a quien todos le confiaban sus secretos, ingenuos. Adolfo no es nada más que un espía del Gobierno al servicio de la Compañía, a decir verdad es el mejor espía del general Díaz, y es que el Presidente tiene especial interés en la Compañía no sólo porque atrae gran inversión extranjera sino porque el mismo mandatario es un fuerte accionista que vería su economía muy mermada de haber una revuelta obrera en semejante complejo industrial, desde un principio el buen Rosal informó a los enviados del Gobierno y a Míster Hartington acerca de éstas muy sospechosas reuniones clandestinas, sin contar con el extraño comportamiento de los trabajadores; ahora eran dóciles, demasiado dóciles, parecía como si una extraña calma hubiera invadido al pueblo, algo se está fraguando en la oscuridad, obviamente nadie sospecha del buen hombre hasta que el día planeado. El buen Adolfo obrero desaparece para convertirse en despiadado jefe de policía que dio a conocer una orden general que prohibía toda clase de visitas, reuniones o cónclaves so pena de prisión, aparte muchos miembros del recién formado sindicato son encarcelados y un semanario liberal muy popular entre los obreros fue clausurado. Justo cuando la huelga iba a comenzar, ¡No podían pedirles a los obreros que dejaran morir a sus familias de inanición! – ¡Maldita sea!- piensa José más de una vez en que ve a sus compañeros ser encarcelados e incluso desaparecidos en la más grande impunidad. “¡Por eso México nunca relució! Si nosotros mismos no podemos unirnos, no podremos pelear” era la consigna de Neira y de los obreros de Río Blanco, al menos de esto no se enteró la autoridad, pequeña victoria entre mil derrotas.

“¡Huelga, huelga!” era la consigna de los más de seis mil obreros que en Río Blanco decidieron hacer un paro laboral, apoyados por sus hermanos de Puebla, Tlaxcala e incluso el Distrito Federal en aquél 6 de diciembre de 1906; a pesar de los mandatos oficiales y las órdenes generales los obreros decidieron gritar al mundo que no permitirán más impunidad, más muerte, más esclavitud. José está exultante y los obreros esperanzados.
Tres semanas han pasado y no hay respuesta del gobierno, pero los estómagos de los obreros ya crujen, dos meses después de acabar toda posibilidad de encontrar comida; frutas silvestres del monte, pequeños animales o roedores y raíces han sido sus únicos alimentos, José y Porfirio, en calidad de emisarios del “invencible” movimiento, solicitan, a Díaz, el enemigo explotador de obreros, que investigase las precarias condiciones de vida de los trabajadores. La esperanza resurgió al ser atendida la llamada, pero los la ilusión fue muy lejos al creer que Díaz los apoyaría; envió a un inspector de policía que parecía más estudiante de Medicina que detective, hizo una búsqueda que parecía más visita turística que concluyó en el fallo a favor de Míster Hartington. Él simplemente se rió en las caras de los trabajadores humillados, mientras leía el laudo del presidente Díaz, que ordenaba total e incondicionalmente a los obreros acatar las órdenes de la empresa y uniformiza los salarios, entre otros infames artículos -¡You fools!- Haciendo alarde de su inglés, -Creyeron que iban a quebrar a la Compañía, pero la Compañía los quebró a ustedes-.
Los obreros intentan volver a sus actividades, pero sin comida no hay fuerza y sin fuerza no hay trabajo y, como todos bien sabían, sin trabajo no hay dinero, el trabajo es agotador; el hambre, implacable y enloquece hasta al más cuerdo.
Margarita, mujer humilde pero siempre risueña, trabajadora incansable que sólo quiere ver sonreír a sus 4 hijos, nunca se enoja ni mucho menos reclama.
Le es rechazado su vale en la tienda de raya – “El vale venció hace 5 minutos” – dicen que le dijo el descarado vendedor riendo entre dientes a ella, que sólo pedía comida para su gente y que por respuesta sólo obtuvo una siniestra sonrisa, esa cínica mueca del vendedor rompe algo en su interior, tal vez el hambre y la furia le vencieron, pero Margarita arenga a la masa hambrienta a tomar la tienda de raya. “Hay mexicanos matando mexicanos, mexicanos dejando en el hambre y miseria a más mexicanos” dijo José días después de esa noche trágica, al menos Porfirio le informó a tiempo de los disturbios, los obreros habían incendiado la tienda de raya e iniciaban una campaña de ludismo descontrolado, la respuesta no se hace esperar, es lo que más quería el Gobierno, quien, en previsión de un acto por el estilo ya había acantonado a grandes contingentes de soldados del ejército regular en zonas donadas por la misma Compañía, los cuales nada más ser informados del supuesto “motín” salieron a las calles; no a dialogar, no a capturar liosos, no a someter a los cabecillas, sino a matar indiscriminadamente. Las otrora bellas calles de Río Blanco quedaron manchadas por siempre de la sangre de los oprimidos que alzaron su voz. El color de la sangre se quitó de las losas de la calle pero no de las memorias y corazones de los testigos, víctimas y verdugos; aún no se sabe cuánta gente murió en aquél arrebato, pero supera los cientos y se estimó que se llegó a los miles, pero nunca se sabrá con certeza porque los cuerpos al ser recogidos fueron inmediatamente embarcados en vagones de tren y enviados a Veracruz, donde fueron lanzados al mar; sin sepultura, sin memorial, sin familiares, sin lágrimas, con el mar como único testigo mudo del asesinato más impune de la era porfiriana: el asesinato de la libertad.
José sobrevivió, pero su lucha por la igualdad murió con sus compañeros, de ahora en adelante viviría trabajando para la empresa que intentó destruir, al final se convirtió en el esclavo del Sistema que quiso vencer, el creyó que nunca más se recordaría su hazaña.
Pero pronto eso habría de cambiar, la gente recordaría su movimiento, los hombres se indignarían por el abuso, la esclavitud y la opresión de los obreros, de las cenizas del movimiento de Río Blanco surgiría una llama incandescente que nadie podría parar: la llama de la Revolución.