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jueves, 5 de enero de 2012

“Lo inevitable”

Franco es un hombre que a toda costa quiere evitar, o en cualquier caso, posponer al máximo plazo toda responsabilidad o forma de vida que le atribuya la irreversible condición de adulto. Aunque no lo admite así, le tiemblan las rodillas cada vez que oye sobre temas como el horario fijo de oficina; ni hablar del temible matrimonio, atadura permanente. Sin embargo, no puede evitar el rápido acercamiento a lo inevitable. El tiempo corre. Los honorarios no permiten la evasión de impuestos, los intereses de la renta suben a porcentajes preocupantes, ya no hay ratos libres para leer todos los libros que querría, ni amigos dispuestos a improvisar espectáculos callejeros para recaudar fondos para viajes de hostal, y la novia no puede sino ser engañada bajo la supuesta pronta aparición de un anillo. A sus 26 años el reloj ser ríe de su ingenuidad; 8 más y probablemente tenga las primeras canas.
Hijo único de dos padres poco convencionales. Una madre obsesionada con los sapos de jardín, por los cuales hacía persecuciones exhaustivas sobretodo en estación de otoño, y con los que tenía una colorida y vasta colección para la que perfeccionó la técnica de disección existente. Nerviosa, adicta al café, y cariñosa sólo en los días de calor.
Un lector empedernido por padre. De mano y mirada dura, tras sus anteojos retrógradas; trabajador perfeccionista y muy solitario. Ambos se engañaban tras un largo tiempo de llama de amor irremediablemente apagada, y aunque lo hacían con toda la discreción del mundo, irónicamente se encontraron en cuarteto bajo las luces sublimes del mismo bar inglés. Pero la vergüenza les duró poco, y como se guardaban un cariño inmenso, decidieron sí separarse mas no dejarse de ver, sino juntarse cada fin de semana con sus respectivas parejas para celebrar la belleza de la vida con un buen anís.
En su reducido departamento, pretende alejarse física y moralmente de sus psicodélicos padres y de los tortuosos fines de semana de su infancia, con clases de tango y piano, con pasionales encuentros de amor –eso sí, fieles sin lugar a dudas- y tras una cámara que porta día y noche para capturar los momentos y los escenarios del mundo el cual quiere recorrer completo, y aunque sea a duras penas, ganarse la vida de paso. Una vida de fotógrafo relajada, sin necesidad de atenerse a la asquerosa rutina de la mayoría de los seres humanos, aferrándose hasta con los dientes a no madurar nunca. De todas formas, ¿cuál es la prisa? Hay que vivir tranquilamente.
Franco se levanta a las doce del día, con la intensa luz que ha hecho su entrada a través de las cortinas, con la cabeza adolorida y pesada por la noche anterior (vaya noche), se viste con unos jeans y tenis cómodos -muy a su estilo-, además de su indispensable herramienta de trabajo colgada sobre el pecho, y sale campante de su hogar para dirigirse a la sesión de fotos que le hará a una mujer ricachona fuera de la catedral del centro.
No le ha dado tiempo de desayunar, pero en el camino compra un té helado y una cajetilla de cigarros. Avanza a paso acelerado sobre la lateral de la avenida, atento a los detalles que merezcan un flashazo. De pronto llama su atención una niña que está jalando obstinadamente la falda de su abuela para conseguir cualquier cosa y decide fotografiar su carita peculiar, tierna pero a la vez amenazante, con ojos verdes almendrados y una barbita que complementa sus facciones finas y bien marcadas, un vestido de flores y huaraches blancos, flaquita pero con una panza tan pronunciada como la de una yegua desnutrida. Toma la foto con ángulos perfectos, antes de reemprender su camino a paso ahora más acelerado.
En el momento justo en que vuelve a enfundar su caro aparato, sus ojos pasan de largo un terrible desnivel de la banqueta, y en cuestión de segundos, su pie izquierdo se tuerce en la mala pavimentación, su cámara sale del control de sus manos debiluchas, cayendo centímetros delante de su cuerpo horizontalmente desplomado; un peatón distraído la patea y por impulso animal Franco se abalanza sobre ella en el límite banqueta-calle; un bocho manejado por una inexperimentada conductora golpea su costilla izquierda; la caja torácica completa se comprime, aplastando hasta la muerte sus órganos más vitales y dejando a un Franco temeroso de la madurez y del paso del tiempo sin más preocupaciones que la pena de su alma contrita.

II
Franco va caminando por la lateral de la avenida, té helado en mano y cigarro a punto de encenderse, cosa que normalmente no haría sino hasta después de su cita de trabajo, pero de plano esta mañana no puede evitar tal aplazamiento por la ansiedad que le provoca su fuerte cruda. Con manos temblorosas y cámara bien puesta, prende su cilindro letal y se lo fuma inhalando fuertemente; lo tira antes de asegurarse que esté bien consumido, y cae sobre un montón de basura con el que un vagabundo ha delimitado su espacio vital. Tras unos pasos, la letalidad del cigarro sale a flota encendiendo en un instante el pequeño hábitat del hombre desafortunado. Se extienden rápidamente las llamas hasta los pies de Franco, convirtiendo a nuestro personaje en un chamuscado que ni siquiera después de diecisiete cirugías logra recuperar su forma humana, es abandonado por una novia acobardada y se ve obligado a regresar a los brazos de mamá para ser atendido e incluso acariciado en los días de calor por una piel con olor a sapo de otoño. Franco se deprime al ver su vida perdida antes de haber podido extender hasta el punto máximo su juventud, y después de cuatro otoños, se consume como un cigarro hasta quedarse eternamente dormido.

III
A la vecina gorda de Franco se le han caído unas monedas de la bolsa sin darse cuenta, dentro del elevador del departamento donde viven, y honestamente Franco no se siente buen ciudadano tras haber amanecido en las condiciones en que lo hizo, por lo que decide no abrir la boca y quedarse las monedas para hacer uso del autobúsen lugar de caminar un par de kilómetros hasta llegar a su sesión de fotos con la cuarentona guapa. Como no puede fumar dentro del camión, Franco se ahorra la cajetilla matutina y de paso el té helado, porque un minuto más y su tardanza se vuelve inaceptable.
Franco mira a través de la ventana. El día está despejado, muy bonito. Muchas aves vuelan alrededor de las calles, qué raro. Unas cuantas paradas para que el pasajero se baje en la gran catedral y se encuentre con la mujer a la que va a fotografiar. Ella es muy puntual, pero esta vez se le hace tarde. Él se queda contemplando el paisaje y la hermosa arquitectura del lugar. Aunque su ritmo es tranquilo, pronto se impacienta. No le gusta esperar porque empieza a tener la sensación de que el tiempo lo aplasta y de convertirse en un diminuto bicho impotente. Le da un fuerte vértigo y se estremece por dentro. Se tapa los oídos como para bloquear la horrible sensación. La catedral empieza a girar sobre su eje y luego en torno a Franco, él enloquece temporalmente, en un periodo suficiente para ocasionar que por el inevitable tambaleo, un joven que viene sobre su patineta a toda velocidad pierda el control de su móvil por tratar de esquivar al ente inestable, y se estrelle como una res contra la columna derecha del edificio eclesiástico, quedando en condición permanente de bulto. Bulto despedazado.
Franco no logra expulsar la culpa que lo aqueja ni con miles de pesos en terapias, y su remordimiento se vuelve tal, que decide fundar, con el dinero que su mamá ganó con su técnica perfeccionada de disección en unos laboratorios importantes, una asociación para niños atropellados, y en algunos casos, estrellados. Su novia se queda tan admirada por la obra bondadosísima de su príncipe azul, que le propone matrimonio a él, a sabiendas de que con tantos proyectos y compromisos en mente (y quizá algunos miedos por ahí), le impedirían concentrarse en asuntos de clase semejante, pero sin conocer que el posible miedo es en realidad un pavor incontenible a adquirir el título definitivo de cónyuge en madurez, camino directo a la tumba. Tan es así, que en el momento de la propuesta, Franco se atraganta con la cereza de su bebida, la cual se queda atorada sólo pudiendo desplazarse en un tramo esófago-tráquea; el mesero del restaurant intenta aplicarle la maniobra de Heimlich sin tener ninguna experiencia previa, y en lugar de salvar al desdichado, le incrusta un dedo inusualmente musculoso justo en el bronquio izquierdo, asfixiándolo y llevándolo a una muerte segura, enviudando prematuramente a la novia estupefacta y librando al pobre Franco de sus miedos fatales.

IV
Cuando está a punto de salir de su casa en dirección al centro de la ciudad para su sesión de fotos a las doce con quince, ve que ha recibido una carta, cosa inusual. La abre torpemente y lee la invitación que la casa productora donde trabajó algún día le ha hecho para encargarse del making of de una película francesa a unos meses de salir a los cines. Es tan increíble la oportunidad de trabajo que Franco no lo puede creer. Se sabe un excelente fotógrafo, sumamente creativo, pero no puede evitar sorprenderse ni aplacar la emoción que empieza a invadirlo desde los pies. Su primer trabajo formal. El viaje a Francia cubierto, equipo verdaderamente profesional, un presupuesto bastante decente, y él a cargo de todo. Actores…bueno, no muy conocidos. ¡Ya quién le importa! Él podrá diseñar el detrás de cámaras como le plazca, y está seguro que será una revolución para el mundo cinematográfico.
Con lo volátil que es su mente, empieza a imaginarse viviendo en un callejón parisino, muy bohemio el asunto, donde todos los artistas han encontrado su inspiración. Cafés, librerías, exquisitas boulangeries, arquitectura y paisajes excepcionales,y no puede evitar pensar en alguna belleza francesa que pueda cruzar su errante camino. France, l’amour de ma vie.
Estando de ese lado, seguramente nada lo traerá de regreso. Ganancias en euros, qué más puede pedir. Entonces se figura pasándose a la dirección de escenas teatrales. Sí, esa debe ser su vocación. Impulsar artistas a la cumbre del éxito, manipulando cada uno de sus movimientos, como si estuviera ideando a cada momento la toma perfecta.
Extrañamente, seguida de esa escena gloriosa aparece en su cabeza la de un Franco mayor, de la mano de un niño güero (no a la neoyorquina sino a la francesa), caminando por las calles empedradas bajo un hermoso atardecer. Más extraño aún, Franco no se perturba con esta imagen sino que le provoca una leve sonrisa.
Las campanas que anuncian la llegada del camión de basura a su colonia lo hacen volver los pies a la tierra. Por lo pronto, no puede dejar plantada a su cliente. Avienta la carta al sillón verde de la sala-comedor y sale disparado de su departamento, saltando ridículamente y avergonzando a su vecina gorda que también está por salir y lo mira desde su retrovisor. Franco decide coger la bicicleta que está guardada en la bodega del estacionamiento, porque siente unas ganas inmensas de ir a toda velocidad y experimentar altas dosis de adrenalina. Le queda un poco chica, pues la cuenta entre sus primeras posesiones importantes, desde la última navidad en que fue lo suficientemente ingenuo como para seguir creyendo que un gordo barbón vestido de rojo les traía regalos a todos los niños que se portaran bien, excepto a los que pedían limosna en el semáforo a dos cuadras de su casa.
A pesar de la incómoda posición, casi como si estuviera sentado de chinito sobre su vehículo miniatura, Franco va disfrutando más que nunca el viento sobre su cara y el sol que le quema la piel. Sin percatarse en lo absoluto, evita un desnivel en la banqueta, el encendimiento de un cigarro letal, la espera frente a una majestuosa y asesina construcción virreinal, el atragantamiento con una cereza nada inocua y un sinfín de posibles realidades que se encuentran paralelamente interpuestas en una dimensión infinita, listas para sobrevenir en el mundo de los mortales cada vez que Franco tome una decisión nueva en su vida.
Franco deja la bicicleta recargada contra una barda de piedra justo antes de doblar la esquina hacia el lugar acordado -donde la mujer ya está esperando, con su falda hasta los talones, llamativa como toda ella, volteando aquí y allá en búsqueda de su fotógrafo impuntual-, ycamina hacia delante, enfrentándose a lo inevitable, que parece reírse de él a cada paso que da.

Por: Amapola

miércoles, 4 de enero de 2012

Un gran misterio de Paulina Maceda 4o A

Un día, saliendo de la escuela, estaba caminando para mi casa con mis amigas y estábamos oyendo ruidos y eran unas personas que se mudaron a una casa que era antigua. Mis amigas y yo fuimos a visitarla después de 2 horas. Entramos a la casa y subimos por las escaleras rotas, ¡olía a puro humo! Nos tropezamos con mucha paja y nos empezamos a asustar un poco, pero no encontramos a nadie.

Luego nos dimos cuenta que la casa estaba vacía y nos fuimos. Al otro día volvimos a regresar y sentíamos que alguien estaba atrás de nosotras y nos espantamos muchísimo porque oíamos como ladridos y los gritos se oían del sótano. Bajamos con mucho cuidado y abrimos una puerta y los gritos desaparecieron. Le di la mano a mi amiga Regina y estaba temblando de puro miedo y… cuando dimos un paso… caímos rodando por las escaleras, porque estaba oscuro, el lugar estaba lleno de rejas. Nos dimos cuenta al momento de que todo lo que tocábamos era reja. De repente oímos los gritos tan cerca, que nuestros oídos se quedaron sordos por unos momentos, y salimos corriendo muy asustadas y como pudimos. Casi llegando a la puerta, un señor con muchas arrugas en su cara nos preguntó ¿niñas, han visto un pequeño gatito?, nuestro grito fue tal, que duró hasta llegar a casa.
Ahora que paso todos los días de regreso de la escuela, por esa casa, taro de no pensar en lo que viví ahí dentro.