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miércoles, 5 de septiembre de 2012

En un pueblo todos duermen...

En un pueblo todos duermen, la luna ilumina los tejados de las casa blancas, ahora pintadas de un tímido azul. En un callejón se abre una puerta y sale una niña, pequeña, cándida; recorre con pasos rápidos el camino, lleva su vestido y sus calcetas enlodadas, toca con su mano los ladrillos mojados de las paredes por las que pasa. Se dirige a la plaza, muerta, al acercarse más los aullidos de los coyotes se hacen mas evidentes; las lámparas públicas, recién electrificadas, regresan del suelo el reflejo blanco que comparte con la luna en los charcos; pisa uno la niña y el reflejo tiembla, zozobra, cuando se calma la niña está ya lejos. Llega por fin a la plaza, vacía, afloja el paso, busca con la vista el poste de siempre y recarga su espalda contra él, cruza sus pies y se ciñe al metal con los brazos, esperando. El viento juega con su vestido, ya café, zapatea ritmos impaciente y el eco retorna hacia ella, se divierte con esto. De pronto se empiezan a oír los tambores: purum-pum-pum, purum-pum-pum, esta vez son cientos de ellos. El redoble inicia por la avenida principal que toca la plaza en su recorrido empedrado, inicia allá, al fondo. La avenida esta bien iluminada por los faroles pero la niña, desde su posición privilegiada, aún no puede ver nada. Los tambores se acercan, retumban en los muros y resbalan calle abajo; de pronto, al fondo del empedrado los faroles se apagan, uno por uno, empezando por el más lejano; se apagan al paso del redoble. La niña se aferra más fuerte al poste, aprieta la mandíbula, observa cómo la marcha invisible se acerca, los pasos salpican el agua de la calle. Los tambores tocan al máximo, están junto a la niña, el resonar es tal, que no entiende, como nunca ha entendido, como el pueblo todo duerme. Se deshebran sus dedos del poste, camina lento, cerrando los ojos hasta llegar en medio de la calle; toma un largo respiro, húmedo, se llena de la banda marchante. Al exhalar por última vez, el redoble para. Algún tiempo después, la niña abre los ojos, voltea a ver a la plaza, llena, emprende el camino a casa.

Verde

Amarilla pertenecía a la alta sociedad, sus padres, Enrique y María Antonieta la mantenían escondida de todo el pueblo debido a su inigualable belleza y delicadeza. En el mercado se escuchaban historias a cerca de esta niña, largos rizos dorados y ojos verdes como esmeraldas. Pero todos lo dejaban ahí, como chisme que era. Amarilla pasaba las horas leyendo antiguos filósofos, tocando el piano y escribiendo una que otra poesía. Soñaba, por las noches, sobre el mundo detrás de las rejas de su inmensa mansión. Esperaba a su príncipe, aquel valiente hombre que la sacaría de su miseria. Al cumplir los dieciocho años y darse cuenta de que dichoso príncipe jamás vendría por ella, decidió escaparse. Se escabulló dentro del cuarto de sus padres y buscó por todos los cajones, el tinte negro de cabello de su madre. Después de varios intentos, por fin consiguió esconder sus mechones dorados bajo una negra capa de cabello. Bajó a la cocina, escondiendo su cara con el mismo pelo y tomó prestado una de las gabardinas de sus sirvientas. Caminó por el sendero con paso apretado y la cabeza baja. Llegó a la caseta de los guardias y aclaró la garganta para señalar su llegada. "Pero, ¿Qué tenemos aquí?" dijo uno de ellos. "¿A caso eres nueva, pequeña ratita de coladera?" Amarilla asintió la cabeza furiosamente y logró pronunciar "Si, pero me han echado a la calle por mi torpeza" "Tal vez sirvas para algo mas" dijo el otro guardia con un tono oscuro entre sus palabras. Azul era el guardia más temido de todo el pueblo. Amarilla se encogió poco a poco sintiendo dentro de sus ser como algo la alarmaba. Después de un largo jaloneo, Azul logró meterla a su cabina. Se escucharon gritos u lloriqueos pero Azul no se detuvo. "¡Por favor, se lo ruego, se lo ruego!" Nueve meses después, Amarilla se encontraba tirada, temblando en posición fetal. Comenzó a sentir movimiento en su cuerpo y un dolor punzante en su vientre. Empezó a retorcerse y a gritar pidiendo ayuda, pero antes de que sus padres llegaran un pequeño engendro comenzó a salir de sus adentros. Se arrastró hasta estar completamente fuera. Amarilla se dio cuenta de que el color del bebé no era normal, era una combinación entre amarillo y azul. Fue entonces cuando notó la extraña coincidencia y decidió llamar a su hijo Verde.