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martes, 25 de octubre de 2011

LIBRO: MARTES CON MI VIEJO PROFESOR

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RESEÑA DEL CÍRCULO DE LECTURA ASUNCIÓN
En este libro se narra la relación que existe entre un alumno y su profesor, quien le da lecciones de esperanza, amor y solidaridad.

El profesor Morris era un doctor en sociología con más de 30 años como catedrático, a los setenta le detectaron Esclerosis lateral amiotrófica (ELA), mortal, se pierde el control de los músculos progresivamente y a pesar de ello decide intentar vivir con dignidad, valor y humor.

El estudiante Mitch, al terminar la universidad, se dedica a su profesión como columnista, escribía libros, programas de radio y algo de televisión, sobre todo, temas de deportes. Al cabo de 16 años se reencuentra con su profesor, quien le pregunta si comparte su corazón, si está aportando algo a su comunidad, si está en paz, si procura ser humano y a partir de ahí empieza su última asignatura sobre el Sentido de la Vida, que recibía a partir de la experiencia.

Morris decía que morirse era sólo una más de las cosas que nos entristecen, vivir infelices es otra cosa y mucha gente vive infeliz sobre todo por seguir la cultura que la sociedad, en lugar de aportar sentido a su vida, dedicándose a amar a los demás y dejar entrar el amor. Y en los momentos de tristeza, llorar, tocar fondo, pero fijar un límite de autocompasión para después seguir adelante. Si creyéramos que vamos a morir estaríamos verdaderamente más comprometidos con la vida, aprender a morir es aprender a vivir y vivir con todas las emociones, dejar que penetren a fondo, así es como se es capaz de dejarlas. Si contienes las emociones, si no te permites a ti mismo llevarlas hasta el final, nunca podrás llegar a estar desligado; estarás demasiado ocupado con tu miedo, miedo al dolor, miedo a la pérdida de un ser querido, miedo a la vulnerabilidad, etcétera.

El Profesor en el transcurso de su enfermedad fue siempre positivo porque dejó de lado la cultura que marca que uno tiene que ser independiente y no necesitar de nadie y así fue como empezó a disfrutar de su dependencia para todos sus movimientos y disfrutar del cariño de los que lo rodeaban, a sus setenta y ocho años estaba dando como adulto y recibiendo como niño.

Decía Morris en sus últimos días de vida “Perdónate a ti mismo y perdona a los demás no tiene sentido guardarse la venganza ni la terquedad ni el orgullo sólo así se está uno en paz”. Mientras podamos amarnos y recordar el sentido de amor que hemos tenido, podemos morirnos sin marcharnos del todo nunca. Todo el amor que has creado sigue allí. Todos los recuerdos siguen allí, sigues viviendo en los corazones que has conmovido y que has nutrido mientras estabas aquí. Al morirse se pone fin a una vida, no a una relación personal.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La foto perfecta

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Se escuchó el sonido del disparador. ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic! Y aún no lo lograba. Carajo, murmuré para mis adentros. Relájate me dijo Silvia, sino jamás lo vas a lograr. Es que jamás lo voy a lograr, ése es el maldito problema. Vale, ¡cálmate! sino las cosas no salen como uno quiere. Pero es que ya llevo toda la maldita tarde aquí. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Se disparó mi frustración. Me senté en el piso, en la colina que daba hacia el Canal de Rideau, sintiendo el pasto entre mis dedos. Dejando el armatoste de lado. Una bandada de pájaros, un señor montando bicicleta, un perro bebiendo agua, una familia patinando. Oportunidades perdidas y los suspiros de Silvia. No te estreses me dijo, ni te enojes, así me pasaba al principio. Pero ahora ya no te pasa jamás le dije, todas son perfectas. Pero antes no lo eran, tuve que aprender y ensayar, como tú. ¡Es que no se puede! Salen movidas, o fueras de foco, o muy cerca, o sin color, luego muy lejos, jamás se ven perfectas. Vislumbré el armatoste que yacía a mi lado. A lo mejor si la vuelvo a ajustar, pensé. La tomé entre mis manos y comencé a jugar con los botones, fríos a mi tacto. Algunos botones ni sabía para qué eran, qué horror. Piqué todos los conocidos y los no tan familiares. La dejé a mi lado y voltée a contemplar el canal. ¡Pum! Un flashazo de luz. Tomé la cámara sorprendida, debí de picar algo sin darme cuenta. Y ahí estaba. El enojo y la frustración reflejados en mi cara, y también la tranquilidad del paisaje. La foto perfecta.

Interior por Natalie R.

Dios mío, qué diferente era. Podía ver todo pero a través de ojos verdaderamente diferentes. Jamás imaginé estar en esta méndiga posición. ¡Qué horror! Me sentía enjaulado. ¡Baj! ¡Pero qué decía! ¡Si sí estaba enjaulada! Me arrepentí de alguna vez haber presenciado semejante atrocidad y no haber hecho nada al respecto. Escuché los pases mucho antes de ser capaz de ver tal imagen, era como en una película de terror, me morí de miedo. ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic! Sonaron sus dedos golpeando contra el cristal. ¡Pero mira qué bonita eres! Casi me desmayo. Abrió la tapa y sentí una ráfaga de aire fresco. Respiré profundamente. ¡Ay! ¡Pobre de ti! ¿Por qué no me dijiste que no respirabas? ¿Y cómo carajos querías que te lo dijera? pensé. No me tardo me dijo, déjame traerte unas cosillas para que estés más cómoda. No dudo que fuera a traer cosillas si este lugar era diminuto, casi no podía no moverme. Tranquilízate me dije a mí misma. Pensemos me dije mientras volteaba hacia lo que alguna vez fue mi cielo y ver si podía escapar. Aún podía leer la etiqueta del envase, bueno sólo la parte final: font. En el medio de la botella todavía se apreciaba el pegote de la etiqueta que arrancaron vilmente. La tapa blanca estaba cerrada y podías ver diminutos agujeros por los cuales pasaba el aire. Suspiré, pero qué calor hacía. El fondo del envase no era plano, por lo que mis pies quedaban desnivelados y me cansaba más rápido parada que sentada. Por lo menos podía ver a través de ella, mi prisión en el mundo real. La botella era corrugada de los lados. Valía la pena el intento. Nadie por aquí, nadie por allá y esta personilla se les va a escapar. Y así comencé a trepar.