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martes, 22 de mayo de 2012

LA GRAN SOCIEDAD

Está ahí, permanece, escucha, ríe, ve, siente ante la inepta parvada. Cruel entre crueles que se devoran entre sí y que acorralados por la hipocresía se anidan unos con otros en gigantescas orquídeas; delicadas, viejas, malas, sucias, amigas de lo imperfecto. Sus ojos son el espejo de lo que ve, repercutiendo estos en su rostro y este a la vez en el cuerpo entero. Las delicadas ráfagas se cruzan, todos miran el sucio cascarón de aquel hombre, víctima de lo visto, piensa, piensa, no aguanta, lo ven, lo discriminan. El hombre permanece, escucha, ríe y siente. Se acerca lentamente la quisquillosa águila; abre bocas, ojos, oídos, umbrales hacia la desesperación, catacumbas del amor inesperado. Árboles florecen, lloran, se quiebran. Sigue ahí, perplejo y risueño ante la situación; águila que observa a su presa; águila enamorada, alcanzada por la dulce flecha de Cupido; ser imperfecto, ridículo, lleno de negruras; sórdido débil, pasmado en la nada. Criatura capaz de acabar con la alegría de todo hombre. Permanece, escucha y siente. Busca escapar de sí, huir. Busca esperanza y paz entre confusión y desorden. La ira lo evoca, lo sigue, lo tantea, lo pone a prueba. Él, cansado por las injusticias se lanza del barranco. En aire; cae velozmente, el viento cosquillea su cara mientras los grandes fresnos lo esperan como lo hace una familia ante sus pródigos hijos. Millones de recuerdos invaden su mente. Se arrepiente de semejante decisión. Se da cuenta de que lo malo puede ser bueno y lo que no nos mata nos hace más fuertes. El viento al ver la frustración del pobre hombre aumenta su poder y lo lleva sano y salvo a la falda del barranco. ALMUZA, 2012.

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