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domingo, 20 de septiembre de 2009

"El elevador" de Santiago B.

No hay situación más simple ni más cotidiana que la típica espera por el elevador, uno aguarda, después lo monta y se va, situación que no dura más de unos 2 minutos, ya haciendo estipulaciones exageradas.
Uno pica un botón en la pared, éste se prende y comienza la espera, aguarda en un cuartito, una pequeña sala, o tal vez en un lobby o una estancia poco más grande o más pequeña, el tamaño es lo de menos.
Un ruidito anuncia por fin que la caja gris llegó, la señora corre (por decir alguien), disimulando caminar y se abalanza a ocupar la mejor plaza dentro del cubo metálico, no sin antes haber picado otro botón, éste para indicar el piso al que se desea ir. Es aquí cuando empieza lo verdaderamente interesante. Las demás personas que comparten el elevador no saben qué hacer; una tamborilea los dedos, otra quizá se tambalee un poco sobre sí o cruce los brazos, a veces una musiquilla que no resulta masque molesta acompaña los pensamientos de los elevadorcistas, que no hacen otra cosa más que pensar, el elevador es el típico ejemplo de lo que hacen con sus vidas, pero pensar tanto es en realidad no pensar, y no pensar esto o contradecirlo resultaría absurdo, díganme si no, ustedes lectores, porque el que vive es el mejor pensador, y aquellos elevadorcistas no viven, no piensan.
El elevador es la vida a escala, y aunque resulte increíble es cierto, el elevador es un ejemplo de lo que hacemos con nuestras vidas. Y es como la vida misma, unos suben, otros llegan, uno mismo se va, pero regresa, tal vez a otro elevador, tal vez después de un minuto, 20 pisos ó 3 años pero uno vuelve, se sube de nuevo, se reencuentra con personas que ya vio en otros elevadores, pero después vuelve a esperar, aguarda de nuevo sin pensar…
…Finalmente llegó, de nuevo un “rin” anunció su llegada, ¿A qué? ¿Por eso tenía prisa?, para salir de la incomodidad de tener al fin un pequeño espacio para vivir, para observar, no ver, a los demás elevadorcistas, las demás personas que rodean su mundo. Se baja sin mirar a los demás y continúa su camino a donde ni ella sabe donde.
Cada día llegan y llegan más personas, casi todas ansiosas por bajarse, pero digo casi porque de vez en cuando se sube una persona que realmente vive, a veces cada minuto, a veces cada 20 pisos o hasta cada 3 años. Yo intento ser una de aquellas que cuando le toca esperar, subir, volver a esperar, y bajarse lo hace por vivir, pero no voy a mentir, he sido de aquellos elevadorcistas que sólo piensan y no lo viven, por eso mencioné la palabra “intento”. Y analizando de nuevo, recapitulando, que es la vida sino subirse a un elevador, luego a otro y a otro y a otro…

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