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viernes, 10 de septiembre de 2010

La noche estrellada


Maestro dio la última pincelada de la tanda y retrocedió a observarnos de otro ángulo. Ahí estábamos, nos llamaba: cipresillos, hijos míos, su equilibrio es vital en este magnífico retrato y ya verán que no serán la sombra del cuadro. Nosotros, tranquilos, después de dar un largo suspiro, nos rendimos de nuevo a las manos del maestro, quien determinadamente, pincelazo por pincelazo dibujaba nuestra realidad.

“Amigos” nos dijo, muchos amigos tendrán, pero todos serán amigables y tendrán respeto para que este retrato tenga equilibrio. Era demasiado tarde cuando nuestra estatura fue revelada por las altas montañas que nos rodeaban, de nuevo nos sentimos pequeños en nuestro mundo. “tranquilos” nos dijo… recuerden que ustedes son parte esencial de la obra, las montañas son sólo necesarias para darle perspectiva al cuadro y para que todos vean lo bonito que es este lugar secreto donde ustedes viven.

El maestro nunca explicó que nuestro abuelo estaría dentro del retrato, por lo que de la nada nos vimos aún más mediocres con la inmensidad de nuestro abuelo, el gran ciprés. Y eso no fue todo, no, agregó unas cosas brillantes que parecen el gran sol pero con la intensidad de éste repartida en millones de estas llamadas “estrellas”.

Ahora sí no podíamos más, éramos lo más oculto y mediocre del cuadro, nosotros, árboles, pequeños, comunes, con deseos de que la gente nos conociera, y no sólo nos viera por un cuadro de un artista deformado. Fue entonces que decidimos hacer nuestra atenta queja.

-“tranquilos” dijo el maestro, con el mismo ritmo con el que da una pincelada, ¿qué no ven lo especiales que son? este retrato no será famoso, y aunque lo fuera, ninguno humano pensará que es un lugar real, ya que es demasiado perfecto, pero ustedes serán esa referencia, el cuadro de los cipreses.

Los cipreses jamás supieron que su atento maestro los traicionó y decidió ponerle un nombre que favorecía más a la luminosidad del singular retrato.

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