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lunes, 5 de septiembre de 2011

Anatomía de un espíritu

Caminé por la calle colindante a su casa con la mirada cabizbaja. Nada importaba ya. Lo que alguna vez fue seguro ahora era incierto, y se sentía caminar sobre arenas movedizas. ¡Cuánto habían cambiado las cosas! Quien alguna vez fue alto, moreno, con un semblante sereno y una mirada sincera, ahora era alguien que caminaba sin rastro de seguridad, flaco y con la mirada perdida. -Jamás le dije que la quería- pensó para sus adentros -y la perdí- continuó diciendo. Se repetía para sí mismo "idiota, idiota, idiota" mientras caminaba por el muelle donde dijeron adiós. Si tan sólo hubiera sabido que no la volvería a ver, que no la volvería a tocar, que no la volvería a besar... hubiera hecho las cosas diferente. No se sentiría así. Se hubiera podido ir en paz y no estaría atorada en este enjambre, en este infierno, en esta pesadilla sin ella. Donde el castigo más grande no era verla por la ventana de su casa todas las mañanas y todas las noches mientras ella recogía los pedazos de su vida y los volvía a armar. Tampoco era recostarse junto a ella en su cama y verla dormir, ni seguirla por toda la ciudad todos los días; sino compartir un mundo y nada a la vez, estar con ella sin estarlo. Él estaba con ella, pero ella no sabía que estaba ahí. Ella ya había partido.
-Si tan sólo le hubiera dicho que la quería- pensó. -Te amo- susurró. Un susurro que ni el viento llegó a escuchar.

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