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jueves, 15 de septiembre de 2011

El Muerto de Monte Carlo de Gerardo Saldaña

Noche memorable para este señor, se hospeda en un lujoso hotel casino Monte Carlo, parece estar algo aburrido y de repente surge la idea, ¿por qué no apostar mi dinero?, da igual si lo apuesto en un casino de alta sociedad o en acciones, con la crisis como está, capaz que se gana más en el casino que en la bolsa. Retira la modesta cantidad de cincuenta mil euros, para empezar, llega a la mesa, comienza la fiesta.
No se habla de nada más en todo el casino, desde la suite presidencial hasta la cocina se habla de lo mismo, un hombre acaba de desfalcar al banco, ganó un millón de euros, ¿Cómo le hizo? ¿Qué hizo?, los gerentes están encolerizados, los clientes, maravillados, el señor, devastado.
Con un millón de euros en las bolsas del pantalón, la camisa y el saco le pesan demasiado, el señor salta, cae, cae inexorablemente, la gravedad no está de su lado aquella noche, la aceleración gravitacional lo acerca a velocidades alarmantes, se escucha un golpe seco en el patio del casino, mujeres gritan y huyen despavoridas del macabro espectáculo, un hombre con un millón de euros recién ganados al casino se acaba de suicidar saltando de la azotea, doce pisos sobre el suelo, vuelan billetes, otros se quedan pegados a una sustancia rojiza que sale de lugares que no deberían de sangrar en su cuerpo.
Pasa la conmoción inicial y las mentes fantaseosas dicen que lo empujó el mismo crupier con el que estuvo jugando toda la noche, las más analíticas sugieren que estaba borracho y resbaló.
Todos sugieren, indican, suponen, pero nadie sabe qué sucedió. Hay que volver al inicio de los hechos para saber qué sucedió con el hombre del millón de euros que se suicidó del casino el mismo día en que los ganó.
Llega el señor al banco del casino y retira cincuenta mil euros en billetes de cien euros, se dirige a una mesa aleatoria y pide permiso para sentarse, se lo dan, comienza el juego, blackjack, su preferido.
Primera mano, Rey y As, ¡21! Gana quince fichas amarillas, parece ser que son las mejores porque ningún otro jugador las gana, sus compañeros de mesa lo miran recelosos mientras ponderan la posibilidad de retirarse de la mesa.
Al parecer aquella será una noche larga y divertida, tal vez se acerque a aquella modelo despampanante del vestido rojo que comienza a dirigirle miradas de una inocencia cargada de intención. Pide un Martini seco, con rodajas de limón y dos aceitunas, no importa la mezcla. La casa no tiene suerte, el crupier se pasa, todos ganan.
Doble As, duplica, recibe un diez y una Reina, doble 21 Blackjack, ya nadie juega, sólo observa para intentar aprender de quien parece ser un maestro del Blackjack, el señor pide champagne e invita con un gesto amistoso a aquella mujer, brindan con una copa que derrama la más cara champagne que tienen en el casino, primera carta, ocho, pide otra, dos, pide otra, As, tercer 21 Blackjack al hilo, nadie sabe qué hacer o qué pensar, los gerentes no pueden llevárselo por el gentío a su alrededor y el crupier no puede dejarle de dar cartas, si el jugador paga, juega, el señor se está volviendo algo vanidoso, despide con un ademán condescendiente a la muchacha quien se va algo ofendida, ¿qué importa? Al final de la noche podrá tener a la mujer que quiera en todo el hotel.
Ya está cansado el señor y quiere una última mano, una mano memorable, que nadie en ese lugar olvidará, dice la frase de la gloria, o la perdición; ¡all in!, un murmullo ansioso recorre la sala, el crupier suda como vaca en el matadero, los gerentes no sudan, sólo imploran a los dioses que ese hombre no se lleve lo que podría llevarse: un millón de euros en una sola mano.
El crupier entrega las cartas, la casa tiene en suma 15, el señor un dos a la vista, un tres por debajo, la casa pide otra carta, 5, se planta en 20, el señor comienza a pensar si cometió la decisión equivocada, pide otra carta, 3, suma 8, pide otra carta, Joto, 18, no hay otra manera, es o todo o nada, pide otra, el crupier saca la carta, la voltea, As, suman 19, la casa sigue ganando, todo o nada, otra, ya todos saben que el señor acaba de perder su pequeña fortuna, el crupier está algo más relajado, saca la carta, intenta lucirse con un truco pero se le cae la carta de la mesa, la carta se quema pero todos ven que era un 7, un crupier acaba de perder su empleo, saca otra carta confiando en el destino ya no su empleo sino la estabilidad económica del casino, voltea la carta, 2, el señor gana con 21, gritos por todos lados, alegría por doquier, en las entrañas del edificio alguien sentado detrás de una pantalla de vigilancia se retuerce las manos, el señor ha ganado un millón de euros, se dirige con seriedad y dignidad a la caja y pide que le cambien esa montaña de fichas, la cajera no tiene opción, tiene que agregar 45 euros de su cartera pues en su caja no hay dinero suficiente.
El señor sube a su cuarto, todos festejan, las finas damas van a la alberca a nadar y celebrar, los recatados caballeros deciden pedir las mejores bebidas alcohólicas, hoy ha sido una noche para el cajón de los recuerdos.
La fiesta comienza en el suelo, pero en el techo hay un señor que mira el cielo, nadie sabe qué busca, tal vez una estrella, o sólo un poco de aire, pero el señor busca algo que nadie le puede dar, quiere llegar al cielo, un millón de euros en la bolsa no te acercan más al cielo que tener dos rupias, sólo hay una forma de llegar al cielo, y esa forma es, irónicamente, ir hacia abajo a la suficiente velocidad para que la potencia del choque reviente los órganos internos, sólo de esa manera llegará a dónde quiere llegar, sube un pie sobre la barandilla, se impulsa, sube el otro pie, ve al cielo y comienza a dejarse ir, ¡Pero un momento! Ve junto a él a la dama de rojo, para su impulso al vacío y cae en el piso de la azotea, la mujer está mirándolo ya sin el gesto amistoso con el que lo veía en la sala, simplemente lo mira con ojos sin mirada, intenciones ocultas, el señor se para, la va a saludar, el cuerpo esbelto y voluptuoso de la mujer se mueve a una velocidad insospechada, el señor está aprisionado en unos delgados brazos que tienen más fuerzas de las que aparentan, cede un paso, cede otro paso, está muy cerca de la barandilla, más cerca de lo que le gustaría estar, ya no quiere llegar al cielo, sólo piensa en librarse de esa mujer, otro paso, están recargados en el barandal, ya el hombre comienza a orar por su alma aunque nunca fue muy religioso, la mujer para en su avance, lo mira, y entonces sucede.
Fue un beso largo y apasionado, el señor se deja llevar por el momento, comienza a aflojar su cuerpo preparándose para el acto que se ve en el horizonte, ya no ofrece resistencia, la mujer sigue besándolo, de pronto, para el momento de pasión y los brazos que momentos antes lo tocaban con pasión ahora lo empujan con la energía de un toro embravecido, ya no hay qué o quién pueda pararlo, cae, y lo último que ve es un rostro familiar alegre, sonriendo, riendo.

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