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viernes, 3 de febrero de 2012

Autonomía de un espíritu

Un hombre viudo, muerto hace 3 años, su casa está vacía y él la habita. De complexión delgada y 1.82 metros de estatura, 50 año, algunas canas que marcan los pasos de su vida.
Se dedicaba a la medicina, practicaba la oncología, principalmente pediátrica. Él iba al psicólogo por aquello de los pacientes terminales.
Su esposa, muerta 2 años antes que él, le había sido arrebatada por la misma enfermedad que a ellos mantenía. Se lo detectaron en etapa terminal, intentaron todo y 6 meses después ella había pasado a mejor vida.
El psicólogo sirvió, en ese caso, para nada y para lo mismo. La depresión, producida por un sentimiento de incompetencia contra la enfermedad, lo llevó a dejar el consultorio y soltar la bata, transfirió paciente y se encerró en su casa.
Ahí habitó sin recibir visitar ni más ayuda que la de una señora mayor que hacia la cena. Ahí murió y ahí sigue, recriminándose algo que no era culpa suya y nadie podría haber previsto.
Su hija va a la casa seguido, y sabe que él la acompaña ahí, ella tiene diálogos al aire que él escucha sin interrumpir. Ella dijo un día que tenía la solución, una sesión más con el psicólogo y entonces al otro mundo podría ir, ahí a su esposa encontraría y pasarían el resto de los días juntos sin temor a una enfermedad ya que ahí no los podrán alcanzar.

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