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viernes, 23 de noviembre de 2012

Primer lugar en el Concurso de cuento corto del Consulado mexicano en Alemania. ¡Enhorabuena María C. Z.!

Hänsel y Gretel, el cuento favorito de Nichinel y su hermana Nichim. ¡Eran tan parecidos a ellos! Siempre iban juntos, él uno cuidaba de la otra y ella cuidaba a su hermano y así enfrentaban todo peligro, hasta la bruja más malvada, y siempre encontraban el camino a casa. Vivían en el tranquilo pueblo de Chilón, Chiapas, en una casita de teja y cemento, entre verdes montes a donde papá iba a cuidar la siembra todos los días. Aunque el padre de Hänsel y Gretel era leñador y una cabaña de madera en medio del bosque alemán era su hogar, ni a ellos ni a Nichinel ni a Nichim les sobraba el dinero, pero nunca les faltaba la esperanza. Mamá les contaba esa historia siempre, de los hermanos Grimm, que eran de un lugar muy lejano llamado ¿Alegría?, no, Alemania. Mamá sabía esa historia porque nació en ese lugar, fue a la escuela y luego viajó a México y se enamoró de ese lugar tan mágico como su hogar…decidió quedarse para siempre. Los campos de Alemania, contaba mamá, son de un verde brillante, amplias praderas decoradas con hermosas flores blancas acariciaban altas montañas. Nevaba en invierno y hermosos animales, grandes y pequeños, andaban libres por doquier. Mamá regresó a su patria hace meses, papá la extraña mucho y los niños también. -Mamá-le preguntó Nichim a su madre antes de despedirse-¿Me llevarás un día a Alemania para conocer a Gretel? Su madre con tristeza, porque iba a extrañar a su hija, contestó amable: “Alemania está muy lejos, hija. Pero yo sé que Gretel también te quiere conocer.” -¿La vas a traer contigo, mamá? Quiero que ella juegue conmigo- preguntó ilusionada Nichim, que quiere decir: “la flor”. Mamá no supo qué contestar. Una noche, papá salió con sus hijos. Iban al templo a rezar por mamá y agradecer por la vida. Nichim vestía sus enaguas de lana, su blusa blanca bordada con rombos multicolores e iba peinada con dos trenzas acabadas en listones rojos, tomó la mano de su hermano, tan apuesto con su pantalón de manta, su chaqueta de lana y su sombrero de palma decorado con cintas de colores; Nichinel, “el florecer”. A medio camino, papá se alejó mucho, iba con la demás gente del pueblo. Los dos hermanitos quedaron atrás, contemplando las brillantes estrellas que sonreían majestuosas en el cielo. “Como las piedras que guiaron a Hänsel y a Gretel a casa”, pensó Nichinel, y le dijo a su hermana: -No estamos perdidos, nunca lo estaremos. Así es, querido lector, el lazo de la hermandad, hay que cuidarlo siempre, nunca dejarlo romper. Pues ese lazo en la miseria y en la gloria vive siempre, un amigo, un hermano sí, vive siempre. Siempre encuentra una salida, siempre encuentra un final feliz.

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