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martes, 29 de octubre de 2013

Por Julia Bracho Ahumada Lo sé, siempre lo supe, no sé qué hago aquí hablando contigo, tú también lo sabías, todos lo sabíamos. No logro explicar el frío que recorre mi cuerpo, y estoy aquí hablando contigo, ¿Por qué contigo? Siento cómo pesa mi cuerpo y no logro detenerlo. Mis párpados sólo están abiertos para mirar a los tuyos, de no ser así, yo ya no estaría aquí. ¿Que dónde estaría? No lo sé, probablemente muy lejos, en un lugar donde vivir no me pesara. Sí, ya sé que estoy aquí, pero no creo aguantar más, no puedo respirar, siento que el cuerpo me quema y en realidad no tengo la maldita fuerza para explicármelo. Momentáneamente siento algo fresco caer sobre mi raspada rodilla, hay esperanza, pensé, mi garganta no emitía una sola palabra, pero mis ojos lo estaban diciendo sin la necesidad de una oración. Sabía lo que tenía que hacer, ¡No hay otra opción! Él sólo me miraba e intentaba perderse en mi locura, comenzó a mirarme fijamente, estúpidamente fijo, quería gritar, llorar, pegarle, no podía. ¡Sabía qué tenía que hacer! Me arrastré por el piso hasta que encontré un sucio recipiente donde dejé salir mi orina y antes de ponerlo en mi imbécil boca, vi cómo él se paraba y desaparecía caminando por la cerrada puerta, llevándose con él una parte de mi locura.

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