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martes, 29 de octubre de 2013

Yo nunca nunca

Por Lorena Hilton Peñaloza -Yo… nunca nunca he jugado al shocking game- dijo mientras se tomaba el tequila de un sorbo. El sabor le quemó los labios, la lengua, la garganta y el estómago. Hizo una mueca con el rostro. Las dos chicas a su derecha lanzaron una risita. -Voy- dijo la siguiente. Absolutamente todas las presentes en la habitación bebieron del caballito. Todas excepto una, la más pequeña. -¿Por qué no bebes?... ¿Acaso nunca lo has hecho? -No, ni pienso- respondió Lucía agitando la cabeza. Marilú la miró con una expresión que oscilaba entre la risa y el desprecio. -¡Vamos!- dijo mientras se ponía de pie de golpe y se sacudía los pantalones de pijama. Lucía la miró confundida. Todas las demás habían presenciado la escena en silencio. Una a una, todas las presentes se fueron incorporando. -Son las dos y media- señaló Tere lanzando un enorme bostezo. Salieron del cuarto de puntitas. En la enorme casa (que para términos prácticos recibía el nombre de mansión), reinaban un silencio y una oscuridad sepulcrales. Las niñas bajaron las escaleras entre pisotones y risitas. El alcohol ya había hecho de las suyas en las venas de las niñas, por lo que sus movimientos eran torpes y en su mayoría mal calculados. Llegaron a lo que parecía ser el cuarto de juegos, o bien el de visitas. -Esperen aquí- ordenó Marilú- Voy por los cinturones. A su llegada, se colocaron todas en un círculo al pie de los sillones. El corazón de las niñas bombeaba con fuerza. -¡Pido! ¡Pido!- exclamó Carolina. Marilú se posó detrás de ella y le colocó el cinto alrededor del cuello. Comenzó a tirar. Poco a poco, el oxígeno comenzó a abandonar su cuerpo. Pasaron unos momentos antes de que Carolina estuviera tirada en la alfombra verde, jadeando. Pasó otra niña y el proceso fue el mismo. Lucía temblaba de miedo; la idea de que el oxígeno dejara de entrar en sus pulmones, (aunque fuesen tan sólo unos momentos), la aterrorizaba. Su turno llegó. Se hincó sobre sus rodillas y sintió el cuero tibio deslizarse sobre su cuello. Cerró los ojos y esa sensación comenzó a apoderarse de ella. Primero sintió lo que solía experimentar cuando se quedaba unos segundos más de lo habitual bajo una alberca. Enseguida se apoderó de ella una sensación de éxtasis tal, que olvidó todo lo que la rodeaba; ya nada la sostenía ni la mantenía unida con nada de lo que había en este mundo. De pronto, lo comprendió. Se vio a sí misma horas antes preguntándole a Marilú que qué harían esa noche. Era ella desvelándose el día anterior hasta las tres de la madrugada haciendo el proyecto para física de Marilú. Era ella rogando a su madre que la dejara pasar esa noche fuera de casa con esas niñas de quienes su mamá nunca parecía estar convencida. Lo comprendió… Comprendió que nunca volvería a sentir mariposas en el estómago la noche antes de Navidad. Que nunca se vería ante el espejo usando ese vestido de graduación que su madre le había regalado como obsequio de cumpleaños y por el cual había trabajado horas extras para costear. Que nunca experimentaría la sensación de la que todos hablan al unir sus labios con los de alguien más. Que nunca volvería a sentir sus pies descalzos en la arena humedecida a causa de las olas del mar. Que nunca volvería a acariciar a su perro mientras que éste la observaba con sus ojos marrones tristes… Simplemente, se había acabado.

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